viernes, 28 de diciembre de 2012

El diamante borgeano

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[Revista Frenesí de DICIEMBRE]

Cuento
Giesolauro Florencia

Era un congreso irónico de escritores famosos e histéricos para lograr conocer al rey de reyes, al señor, al incomprensible Borges. Usted se me acercó y, me preguntó a cerca de un tal Tom Castro o de un Rosendo Juárez, vilmente titubeé dando con dilatadas carcajadas que se llevaron todo mi aliento. Sí, lo recuerdo perfectamente, estábamos reunidos en Calgary, Canadá un primero de Febrero de 1921. Esa misma noche después de mi vergonzoso episodio he planeado crear mi propia vendetta para dar con su muerte. En la mañana del primero de agosto, Borges viajó en busca de un premio a Dessau, Alemania. Allí habló con psicólogos y describió libros infames. La conferencia había sido un éxito. Esa mismísima noche empaqué un papel de calco, un lápiz de un trazo fino, un espejo, una escuadra y un mapa. Me dirigí hacia las Islas Malvinas para dar con el comandante Eride quien me ayudaría a trazar un triángulo equilátero cuyo interior tuviera la delgada y ramificada figura de un diamante. El treinta y uno de agosto escribí un telegrama dirigido al mismísimo señor, firmando astutamente con el nombre de Foster E. Morgan, quien estaba de visita en West Falkland. En ese telúrico mensaje, decía brevemente que se lo esperaba ansiosamente en la ciudad de la Gran Malvinas donde recibiría una fiesta en condecoración a sus grandes descubrimientos en el ámbito de
los terrenos cuánticos. El ocho de septiembre, partió de Dessau para embarcar en España. Tomó fielmente el primer catamarán que iba rumbo al claroscuro islote.
La talla de un diamante que se halló en la gema se reflejó hacia afuera concentrada en esos destellos brillantes tan especiales. El destello de la muerte. Las olas quebrantaban el océano y el cielo endulzado de venganza se volvía oscuro y tenebroso. Centenares de estrellas cayeron del cielo; murciélagos cegados se aplastaban en las ventanillas del potente barco. Esa noche Borges soñó, esa noche taciturnos minotauros acariciaron su blancuzco rostro. Un ejército de gárgolas aplaudía en el cementerio al gran monstruo durmiente. En su mente aborrecía el desencanto de pasadizos secretos, de miradas altaneras y de un cielo grisáceo de un matiz tormentoso. Relámpagos, centellas, y luciérnagas fantasmales se estrellaban en los párpados del hombre. El barco se movía en forma de balanza cuyo peso había sido des configurado. Inmerso en un sueño profundo dirigió el encantado buque rumbo a un intrincado camino oceánico. Acalorado el hombre saltó de la cama. Una enredadera neurótica de pesadillas se entrelazaba en el fugitivo y espléndido cráneo borgeano. Meticulosos micro túbulos de un hipotético deja vù, manipulado por líneas convergentes de senderos que se bifurcaban en su sádica mente. La indigna travesía se acurrucaba en mis traicioneras y ásperas manos, en el perfecto delineado atemporal de un tajante destino que sólo retasaría el impune viaje. La base naval recibió discontinuos telegramas con eufóricos mensajes, en los que sospechosos acantilados habrían despistado al capitán.
La noche siguiente el hombre soñó, un fauno lo sujetaba de sus piernas tendiéndolo boca abajo y sacudiéndolo. Borges se despertó, ésta vez aturdido; agonizó hasta llegar a Malvinas. Horas más tarde el corpulento barco arribó en el puerto. Juno Eride, un cercano amigo ayudó, guió al confuso esquizofrénico hombre, lo condujo por un sendero de rojas espinas hiladas en hiedras vertiginosas hasta dar con una ínfima puerta labrada con ornamentos de ocre y bronce. El hombre la abrió y un espeluznante jardín se desbordaba por sus ojos, volteó y se encontró eternamente solo. Una ligera música sonaba mientras que una atrevida brisa de un sol opaco comenzaba a tejer cierta engañosa telaraña. Oía exageradas risas, retorcidos ruidos, se abalanzó en busca de un nuevo reconocimiento, de un banquete con deliciosos corderos con manzanas moradas. El hombre emprendió camino, el hombre enfermizo de dar con el mismo pasaje dos veces agonizó. La fiebre trepó por sus venas causando un frío húmedo que lo descompensó. Notó que había sido atrapado, engañado, notó al minotauro en un rincón y al fauno silbando junto a él. El hombre desesperado corría, recordó doblar a la izquierda para dar con la salida del laberinto. Al remiendo remolón de su andar, lo vi parado frente a mí con un aire de moribundo convaleciente. Me miró, y su memoria se suprimió al reconocerme; cayó firmemente rendido sobre sus rodillas.
Cada misterio empañado por metáforas fantasmagóricas, cada farsa ideológica de ser inmortal en un mundo ilógico e ilícito, todo conlleva a un final premeditado, a un salto cuántico, imprevisto quizás. Cenagoso escurridizo asesino de ficciones, hoy he logrado cubrirte bajo las tinieblas de un laberinto con forma de diamante. Cargué mi báculo y gatillé. Allí yacía un tal Borges, un héroe de infames, un concienzudo asesino que apaciguó el sueño eterno tras padecer en un laberinto de sueños, direcciones, líneas a punto de desdibujarse y caminos movedizos. Así como cayó desplomado Lönröt, ha caído Borges. A veces vacilo en el fuego, en la apasionada recompensa de un pacto entre llamas y cenizas que se sumergen en un tornasolado sosiego, llevando a cremar un cuerpo insípido e incoloro para dar con el crimen perfecto, para dar con el diamante borgeano.

1 comentario:

  1. Hay dos cuentos antes de este. EL CRIMEN PERFECTO DONDE BORGES ES EL MAYORDOMO B. Y ES CÓMPLICE DE UNA DE LAS MASACRES MÁS GRANDES, ASÍ ABRE EL LIBRO "EL DIAMANTE BORGEANO Y OTROS CUENTOS". COMO EJE DEL LIBRO APARECE CARACTERIZADO EN EL CUENTO "EL HOMBRE DEL SOMBRERO AZUL" JUNTO A SU COMPAÑERA JOSEPHINE LEWIS, PERSONAJE QUE APARECE EN EL PRIMER CUENTO. Existe entre ellos una relación extraña... y por último el libro cierra con EL DIAMANTE BORGEANO, unas de mis grandes creaciones...
    No olvidaré jamás lo trabada que estaba con este cuento... Recuerdo que mi madre me dijo: "Pedile a Borges que ilumine"... Fue extraño, al día siguiente pude darle un giro inesperable, un final, a este cuento...
    Algo más a tener en cuenta... Cuando escribí esta narración, nunca antes había leído El Aleph...
    Por Giesolauro Florencia

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