Por Jonas F. Mercado
Entre tanto mientras seguía caminando y la lluvia se hacía dueña de mi
ropa, el barro se hacía cada vez más pegajoso. Aunque buscara las mil y una
formas de pisar tierra firme, no lo lograba, solamente mis pies se hundían más
y más y por lo tanto el barro los rebalsaba en su totalidad.
Mientras esa lluvia
caía incesantemente (yo resignado y ya sin ganas de luchar en vano por no
mojarme) empecé a ver que a lo lejos había algo que parecía un puesto de campo.
De esos puestos o casas, como quieran llamarlo, que son reservadas solo para
los peones… Viejo desvencijado y bastante corroído por los años, parecía estar
sin nadie en su interior, así que apure mi paso para poder resguardarme del
diluvio.
Llegando a unos escasos
metros, supongo, realmente confirme que no se encontraba nadie dentro. Aun más,
la puerta de entrada estaba semi abierta por tanto me precipite a entrar tan
rápido como pude. Como lo había predicho era un puesto de campo, su interior lo
confirmaba con un aire cálido y en perfecta paz, con una mesa rectangular de
madera en el centro; una vieja cocina blanca sobre el costado izquierdo junto a
una mesada rustica con canillas y una pileta; unas cuantas sillas desparramadas
por doquier y por supuesto que no podían faltar una pava y un mate sobre la
mesa...
Al seguir mi paso
investigatorio y viendo desde otro ángulo el lugar, sobre el umbral de una
puerta se encontraba acostado un perro, raza de la calle cruza con corriente.
Su mirada tierna y fiel hizo que yo lo nombrara sin saber su nombre, él
apaciguado junto a mi voz cedió a ladrarme, confirmándome su bienvenida. Atiné
a buscar su cabeza con mi mano, mientras bajaba lentamente podía sentir toda mi
ropa mojada pegada al cuerpo, sintiendo el frío del agua que corría por las
telas. Tan rápido como pude toque al perro, me levante y me saque la camisa que
traía, la colgué sobre una de las sillas que tuve a mano y podía ver como el
agua corría por toda su superficie cayendo grandes gotas y chorros de agua al
piso. También saque mis zapatos y los deje a un costado, saqué también mi
pantalón y lo puse en la misma silla donde había dejado la camisa.
Básicamente me
encontraba semidesnudo, considerando que no me había quitado la ropa interior,
así pues sintiéndome tan cómodo fui a prender la hornalla para poner la pava a
calentar y preparar el mate.
-¿De dónde saco fuego?
Revise a mi alrededor y
encontré un pequeño encendedor azul, lo tome y encendí el fuego. Di media
vuelta y enfile para la habitación que estaba contigua a todo esto, encendí la
luz con la llave que estaba a mi derecha junto a la puerta y fui hacia el
armario. Esquivando la única cama que estaba abrí el armario y saque una camisa
blanca con finas líneas verticales celestes
y un pantalón gris, mire hacia más abajo y había unos zapatos negros,
los tomé, cerré las puertas del mueble y fui vestirme al pie de la cama. Para
bienestar mío había un tallón para secarme, hice todo con calma y me vestí con
suma tranquilidad. Ya seco y cambiado podía decir que era bastante lindo volver
a estar así, aunque la lluvia trajera sus bendiciones.
Permaneciendo sentado
en la cama con los pies en el suelo y mirando la nada, comencé a escuchar el
chillido de la pava calentándose lo cual me hizo levantar para evitar que se
hirviera. Cruce el umbral y el perro seguía allí tan cordial con su mirada que
seguía mis movimientos con poca atención pero firme en convicción. Llegue hasta
la cocina y apague el fuego, en tanto la pava disminuía su sonido con ligeros
espasmos.
-Jajá ¡Que estúpido
que fui!
Hice una pausa y retomé.
-¡Tanta tormenta se
acercaba y yo sin un paraguas!
Me sentía un demente
lanzando estas palabras al aire sin que nadie, más que el perro, escuchase mi
voz.
Tome la pava, acomode una silla y me senté junto a la mesa. Mientras
ponía yerba al mate oía el resonar de las fuertes gotas de lluvia caer sobre el
techo de chapa, yo sonrojaba porque seguía pensando que era un estúpido lo que
había hecho…
-Por hoy fue
suficiente, la próxima vez salgo con un paraguas aunque haya sol.
Cebé el primer mate y
lo trague con toda mi hombría, estaba fuerte el asunto.
Mientras mi mano cebaba mate mi mente buscaba reparo en mi soledad, se
estaba poniendo oscura la noche para ese entonces entraban las cavilaciones y
los hondos recuerdos. Aun así seguí sin detenerme en nada y mirando al perro
que divertía mi mirada, buscaba en el algo que me diera una respuesta a una
pregunta que todavía no había hecho.
-Estas tan solo como
yo amigo, este es nuestro mundo… ¿Verdad?
No había pensado en
decir eso, pero me encontré con que de pronto mi boca se abrió y salieron esas
palabras. El perro que mirándome con atención hizo un movimiento inclinando su
cabeza, me hizo pensar que había entendido aquello y que daba su razón a la
respuesta, cosa que yo no sabía qué cosa era o no verdad. A la par de su mirada
sentí mis ojos llenarse de lagrimas que pude contener, pero que aun así las
sentía allí presentes.
-Alejandro, estas
solo para el mate parece.
Mis oídos se iluminaron
y voltee mi cabeza hacia donde escuchaba esa voz, miré hacia la puerta y ahí
estaba.
-Seguí que yo también tomo, dale compartimos unos verdes.
Era
ella, simplemente ella. Había vuelto. Su pelo mojado y vencido por el agua se
pegaba a sus hombros y a su cuerpo, su vestido amarillo pálido casi soldado por
el agua en la piel y su mirada, la de siempre. Dulce, tierna, intensa y llena
de vida.
Yo sin nada que decir solo la hermosa tensión de la
boca por la sonrisa que me produjo y mi corazón exaltado, le hice un ademan con
la mano izquierda para que se sentara frente a mí.
-Creo que primero
tendré que cambiarme-dijo.
Calló su voz, se quito
la ropa y así desnuda como estaba se fue a la habitación, tardo unos instantes
y volvió tan radiante como nunca la había visto. Era como si el ángel que
habitaba en su alma se hubiera escapado a tornearla más hermosa de lo que
siempre había sido.
-Qué lindo, estas de
nuevo aquí- dije.
Mis palabras salían
desde el corazón, eran una especie de confesión.
Ella me miro con los ojos mas penetrantes y perfectos que pudo moldear.
Su boca hizo una ligera mueca antes de emitir palabra y dijo:
-Lo ves, siempre
estoy con vos.