*Revista Frenesí en ENERO
Por Pablo Corradini
Considerando y
habiendo analizado las recientes declaraciones del Papa Benedicto XVI, en
relación a temáticas diversas como la eutanasia, el aborto y la homosexualidad,
entre otras; resulta necesario extender todo mi respeto a dichas declaraciones.
Respetándolas sin lugar a dudas conociendo el lugar desde donde surgen, sin
acordar en lo más mínimo con el mensaje emitido pero reconociendo en el otro la
libertad por hacer estas declaraciones. Este respeto lamentablemente no es un
atributo que se observe comúnmente en el Vaticano, el simple y valioso respeto
por aquel que piensa distinto. Se observa esta intolerancia por ejemplo cuando
desde la Santa Sede se establece que estas actividades (haciendo referencia al
aborto, eutanasia, homosexualidad, etc.) amenazan la paz mundial y ponen en
peligro el espíritu mismo de la familia tradicional.
Surgen de estos dichos
muchos puntos de análisis, en primer lugar cabe preguntarse de que manera una
actividad privada entre dos individuos (ya sea un médico que administra la
eutanasia o aborto, o la unión civil homosexual) puede poner en jaque la paz
mundial. Se trata de una declaración con tintes sensacionalistas, que al
utilizar términos masivos intenta sembrar miedo y duda sobre la población. Una
población que en su gran mayoría pretende siempre la paz mundial, pero que debe
darse cuenta que estos hechos enumerados por Ratzinger no representan amenaza
alguna. Por otro lado, la familia tradicional no existe, al menos no como una
única expresión del concepto. No es lo mismo una familia de ciertos países del
mundo árabe donde se permite la poligamia, así como tampoco lo son los grupos
familiares de ciertas zonas del África donde el concepto no está ligado a la
relación sanguínea. Pero sin embargo, en su contexto estas familias son
tradicionales, porque justamente existen infinitas tradiciones que parecen ser
despreciadas por el vaticano en pos de un único valor de familia Mamá, Papá e
hijos (¡todos planeados, nada de profilácticos pinchados que eso no se puede!).
¿Qué conclusiones
surgen entonces de esta primer mirada sobre el asunto? En primer lugar, repito,
se respeta la opinión de la Santa Sede, pero no se comparte, y es justamente
allí donde se genera el punto de inflexión. No tenemos que coincidir, ni
compartir las opiniones con toda la sociedad, de la misma manera que no
debemos, o deberíamos, reglamentar en base a nuestras opiniones y creencias
personales al resto de la sociedad. Es cierto que vivimos en un país “Católico”
que a su vez posee altísimas tazas de divorcio, prostitución, hijos fuera del
matrimonio, abortos clandestinos y decenas de otras grandes aberraciones de
acuerdo a la Iglesia. Todo lo enumerado no está siendo condenado ni mucho
menos, simplemente se busca demostrar que no todos los integrantes de una
sociedad tienen los mismos valores. Y es
por eso que las normas que rigen a una sociedad no deben estar sujetas a un
credo en particular, independientemente de cual sea este.
Supongamos por un
momento que nuestra sociedad estuviese mayormente compuesta por testigos de Jehová,
¿se deberían prohibir entonces las donaciones de órganos? Y si fuera una nación
de mayoría mormona, ¿deberíamos peregrinar a Norte América, donde según las
escrituras reaparició Jesucristo? Siguiendo con hipotéticos, pensemos nomás en
la reducción productiva de no trabajar el sábado de acuerdo al sionismo, o
apedrear a las mujeres infieles como parece dictar el Corán. Todos estos casos
que resultan irreales y meras fantasías desde nuestro punto de vista, nos
demuestran que es necesaria una cierta separación entre la Iglesia y el Estado.
Quizás no una separación total, pero fundado en el respeto y la tolerancia, una
separación de ideologías. Mientras el estado debe cuidar siempre la igualdad de
condiciones para todos los habitantes, cada Religión se encuentra con un grupo
parcial a quien conducir, aconsejar e influenciar. No son más que sus acólitos
quienes deben vivir bajo las enseñanzas y dictámenes de sus respectivos líderes
espirituales. Lo cual en la práctica no parece suceder de una manera estricta.
Es entonces en parte
responsabilidad de aquellos en el poder, de aquellos que tienen en sus manos la
conducción del país, generar esta distinción entre las leyes que unen una
nación y aquellos preceptos que imparte cada religión, sin importar su aparente
poderío. Un punto que presenta siempre dificultades en el análisis es la carga
religiosa propia de cada gobernante y como esta debe mantenerse “a un costado”
a la hora de tomar decisiones para el pueblo. Como ejemplo es interesante mencionar
el caso norteamericano de la investigación de células madre. Durante la
administración de Bush Jr. (de religión Metodista) los fondos a dichas
investigaciones fueron reducidos significativamente en concordancia con lo que
establece la Iglesia Metodista Unida. La cual cabe aclarar se encuentra opuesta
totalmente a la Guerra (esa parte parece no haberla leído Jr.) A menos de un
año de iniciar su primer mandato Barack Obama (de religión Cristiana) levanta
estas restricciones, sin considerar la total oposición que plantea su propia
religión a este tipo de investigaciones. Demostrando de esta manera, que puede
existir un plano personal de creencias y uno secular donde se busca siempre la
igualdad de derechos y oportunidades.
Finalizando, escribo
este texto sin animosidad alguna hacia las religiones mencionadas, no es mi
intención despreciar a un individuo en base a sus creencias y espero lo mismo
de aquel con quien discuto. Nuestra necesidad como sociedad es muy simple, es
aprender a coexistir, a observar nuestras diferencias y fortalecernos en base a
ellas, encontrar espacios en común y construir en cada momento un mundo mejor,
más digno y justo. Y recordando que no solo las acciones físicas deben ser
consideradas agresiones hacia el prójimo, la simple discriminación, el
considerar inferior o “enfermo” al otro es un acto de agresión.
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