*Revista Frenesí en ENERO
Entras a la librería de plaza
España poco después de las cinco de la tarde. A esa hora es cuando más clientes
hay. Tantos clientes como para pasar desapercibido. Bajo el brazo llevas una
carpeta con cierre y vas vestido como estudiante de Ciencias Económicas. Nadie
creerá que vas a robar nada. Si pareces un nene
de mamá, un chetito.
Cruzas la colorida sección de
Infantiles de la entrada y desembocas en la librería en sí: sabes que es
gigante, pero en este momento no es más grande que una cabina telefónica. Al
menos hay bastante gente.
Para que ninguno de los
empleados te salga al cruce con su ridícula sonrisa y su nombre estampado en el
pecho, te pones a mirar los libros que duermen en la mesa de novedades. Al
principio haces que miras pero a los
pocos segundos te olvidas para qué viniste y empezas a ver libro por libro, los levantas de a uno y lees los comentarios de la contratapa, los abrís y lees la
información sobre el autor que figura en las solapas, pensando que algún día
vos podes estar ahí, y, antes de
apoyarlos nuevamente sobre la mesa, contemplas sus portadas como si estuvieras
ante un Picasso o un Dalí. Los libros son maravillosos. Hermosos.
Pasan como diez minutos y
recordas para qué viniste. Muy calmo, procurando no levantar sospechas, das
unos pasos hacia la derecha y un giro de ciento ochenta grados. Quedas frente a
la estantería de Literatura Argentina. Y lo ves. Ves a tu objetivo. Entre los Cuentos completos de Abelardo Castillo y
Rayuela de Cortázar. Allí está. Los nervios que lograste reprimir antes de
ingresar a la librería, ahora resurgen y se ensañan con tus extremidades: manos
y piernas tiemblan como si las atravesara una corriente eléctrica. Intentando
calmarte, dedicas medio minuto a rascarte el mentón y otro medio minuto a
acomodar y reacomodar la carpeta debajo de tu axila. Mientras, tus ojos
observan furtivamente en derredor, analizando las posiciones de los empleados.
Los cinco están lejos y ocupados con lectores que no saben qué leer, así que no
serán un problema. La que sí será un problema es la cajera. Está sola y
aburrida. Debe hacer un largo rato que nadie compra nada. Encima la tenés a
cinco metros. Volvés a posar la mirada en el libro, y una tierna sonrisa te
deforma el rostro, y momentáneamente los nervios cesan, para regresar
furiosamente un segundo más tarde. Por Dios, las piernas jamás te temblaron
tanto. Es que jamás robaste… Podrías sacar la billetera y pagar el libro, pero
no, no sería lo mismo. De ninguna
manera. Además, ésta será la primera y última vez que lo hagas. Sí, sí, será
así.
La cajera sigue sola, y de vez
en cuando te mira. Pero no te preocupas mira a todo el mundo. No te olvides que está aburrida. Está aburrida y es preciosa. No puede ser más linda. Tiene
una mirada penetrante, una boca carnosa y un cuerpito frágil y curvilíneo. Pero
hoy no viniste a conquistar mujeres. No. Tu objetivo son aquellas quinientas
páginas encuadernadas en rústica.
Tanteas la carpeta debajo del
brazo y te cercioras de que tenga el cierre abierto. Lo tiene. Justo en ese
momento, en la otra punta del local, uno de los empleados logra que un hombre
se decida a llevar un libro de autoayuda. Contento, creyendo que después de
acabar con el libro su vida será la de un ganador, el hombre se dirige hacia la
caja. Y por suerte el empleado que lo atendió es capturado por otro
desorientado lector. Es ahora o nunca. Cuando el hombre llegue a la caja, nadie
te mirará. Los nervios son voraces y crees que vas a vomitar. El hombre está
cada vez más cerca. Te preparas. Fijas la mirada en el libro, en tu libro, y de refilón ves hacia la
caja. La mano te tiembla. Agarras el libro. Simulas verlo. El hombre llega a la
caja. Una punzada en el estómago te parte al medio. Y en un mismo movimiento echas una mirada a tu alrededor y escondes el libro dentro de la carpeta.
Listo. Disimuladamente ves que no sobresalga nada de la carpeta y con el brazo
la apretas bien fuerte contra tus costillas. Después, como si nada, saludas a
la cajera y abandonas la librería, con la certeza de que pronto volverás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario